viernes, 25 de junio de 2010

Boris Vian y el jazz para viajar en bucle

Noche cerrada en la carretera que va a l’Estartit. Los grillos parecen entrar y salir por la ventanilla del coche y en la radio suena un jazz descarnado, de teatro del absurdo, como llevar cinco horas de camino para recorrer lo que en condiciones normales – dios, cómo odio esa palabra- habría sido hora y media, a lo sumo dos. Quizás por esa condición de camino-bucle me sedujo aquel jazz extraño escrito por Boris Vian. Así lo explicó el locutor, un septuagenario que debía escupir como aspersor, a juzgar por el sonido de chisporroteo en la radio. Y yo que quedé prendada de aquella canción fatal - eso que no sé francés- y de la que luego supe se llamaba Fais moi mal Johnny. Una mujer suplica a un hombre frágil, miedoso, que le haga daño, mientras un escritor voyeur, el propio autor, contempla la escena y a veces comenta… Raro, demente y tan evocador como la vida de su autor.

Entrar en internet buscando a Boris Vian y encontrar algo más que una biografía, un sentido de la vida como aventura, como un carpe diem fragmentario y unitario a la vez. Músico de jazz, escritor, dramaturgo, crítico, cronista – ingeniero, que es lo de menos… -. Una de sus novelas más conocidas, Escupiré sobre vuestra tumba, género negra cuya escritura la movió más el hambre que el arte mismo, y que luego se convirtió en obra genial, porque su autor ya lo era, está escrita bajo el pseudónimo de un ficticio novelista llamado Vernon Sullivan. Polémica –por violenta y sexualmente explícita–, su título ya es un presagio de la temprana muerte de Vian: falleció en un pase privado de la película basada en la novela. Había tenido problemas con los productores e iba de incógnito al preestreno, sufrió un ataque cardiaco durante la proyección. Siempre había sabido que moriría joven, aunque, como suele decirse, hay vidas tan intensamente vividas que siempre perduran. Contradictorio, ¿no?

Canción recomendada para camino-bucle y noches extrañas.


Gran playback de Patricia y Colette (ni idea de quiénes son, pero está muy logrado)

domingo, 20 de junio de 2010

Si la ciencia ficción no hubiese existido, Einstein habría sido rabino


Os copio un texto hiper breve que escribió el utopista inglés Olaf Stapledon en 1937. Su sueño plasmado en el "Hacedor de Estrellas" todavía es debate esencial de la física y pronto figurará entre los temas de orden cotidiano... Escuchar a dos hombres hablar sobre teoría de cuerdas en la barra de un bar, conversación arrullada por la música de la tragaperras, al fondo - tres limones, alguien ganó-, y la voz chillona de una nena pneumática en la televisión suplicando que alguien llame para acuchillar su factura de teléfono en cuestión de micras. ¿Es esto o no eladvenimiento del nanomundo en los barrios?


Leed, leed este textito que Borges también adoraba y tal vez, como yo, os preguntéis si es que en el CSIC te obligan a empollar la saga de la Fundación, si no es de ley que a Philip K. Dick le hicieran hijo adoptivo de Silicon Valley, si a Michel Crichton.... Bueno, no nos pasemos.


HISTORIAS UNIVERSALES

En un cosmos inconcebiblemente complejo, cada vez que una criatura se enfrentaba con diversas alternativas, no elegía una sino todas, creando de ese modo muchas historias universales del cosmos. Ya que en ese mundo había muchas criaturas y que cada una de ellas estaba continuamente ante muchas alternativas, las combinaciones de esos procesos eran innumerables y a cada instante ese universo se ramificaba en otros universos, y éstos, en otros a su vez.

Olaf Stapledon
Star Maker, 1937 al (Antes de Lost)


viernes, 18 de junio de 2010

domingo, 6 de junio de 2010

Amores de auto caravana

“¿Qué serías capaz de hacer por amor?”, pregunté ebria de respuestas - de hecho, literalmente ebria-. “¿Qué no sería capaz de hacer por amor?”, contestó Lucy, hija como era de aquel sentido poético de la existencia, una Madame Bovary del siglo XXI. Como fuera que se inició aquel espinoso tema del amor, espinoso ya en sí y venenoso cuando se trata entre borrachos, ella, a su vez, continuó: “¿Te casarías conmigo? Será una ceremonia bonita en un pueblito de costa y luego recorreremos el mundo en una auto caravana”.  "Muy bien", dije yo sintiéndome la reina de la fiesta de fin de curso, "pero no vayas a creerte que voy a ir de blanco. Engorda".

Frank contemplaba la escena expectante. La primera boda lésbica de dos mujeres heterosexuales, pura pose, puro juego. “Yo seré el padrino. Sólo espero que vuestras damas de honor no quieran casarse entre ellas”. Lucy no le echó cuenta y siguió hablando de lo bonito que iba a ser recorrer el mundo en auto caravana. “¿Y no te gustaría más que viviéramos en un castillo en la Toscana?”, argüí. “Un palacete medieval para poder escribir la Novela Total”. Me miró con una fingida indignación, hizo un puchero bastante cómico –dos según lo veía yo en mi estado-. “Qué poco romántica eres. Yo sí que me iría con el amor de mi vida en una auto caravana, si me lo pidiera”. “Está bien, Lucy”, señalé con acritud creciente, “pero da la casualidad que no somos el amor de la vida de la otra. Además, no soportaría tener que estar pegada a alguien todo el tiempo; entre el estómago vacío y el aburrimiento hasta un poema de Cernuda acaba convirtiéndose en un chiste de Lepe”. “Pues yo haría burradas por amor", bromeó a destiempo Frank. Y entonces me asusté, si incluso Frank, soltero impertérrito, amante del 'made yourself', tenía aquella visión entregada de las relaciones, ¿qué diablos era yo? Apenas un bloque de cemento o de hielo, o peor aún, una bola de esparto, o el chasis de la jodida auto caravana. Fue la bilis, la sentí ascender por mi garganta como la corriente invertida de un río: “¡Qué os jodan! “¡Qué os jodan! ¡Falsos, poetuchos! ¡Al cuernooooooooo!”, les grité sin poder contenerme. Seguí soltando sandeces calle abajo, dejándolos allí plantados, mirándose con cara de no entender, sufriendo por si me arrestaba la poli creyéndome en algún estadio violento del síndrome de Touré”.

Últimamente he pensado mucho acerca de aquel rapto de locura homicida y la única explicación que se me ocurre es un exceso de romanticismo. Eso, y que debo tener el hígado irritado, y el chacra corona negro como el betún, y que somos esclavos de nuestras palabras, y qué pasará si los caminos se bifurcan y yo acabo en Goa y tú en Siberia... Y que mejor quédate tú la caravana, que siempre he preferido viajar a dedo.