Fellini solía decir que vivía dos vidas: una, despierto y la otra, dormido. No en vano, y por recomendación de su psicoanalista, Ernst Bernhard, se dedicó a plasmar sus sueños en cientos de dibujos durante 30 años. Un inconsciente genial, atormentado, profundamente marcado por la noción de lo femenino –una visión cruel, por cierto-, que recogió en su Libro de los Sueños.
Esta semana tuve la oportunidad de conocer algunas de estas imágenes oníricas en la exposición ‘Fellini. El Circo de las Ilusiones’, y salí de allí con el convencimiento casi absoluto de que el arte es la sublimación de las pulsiones más oscuras del ser. También entendí porqué sólo los neuróticos me parecen interesantes –debe ser que nos olemos-.
Mujeres rotundas, de caderas anchas y sexos que se dilatan como bocas de metro. A mí lo que más me fascinó fue que los pechos de aquellas mujeres eran increíblemente grandes en relación a su cabeza… Entonces, a la fascinación, se le sumó el deseo (también fascinante, por qué no) de practicarle al gran “Federico” una fimosis de serie B con tenazas enrobinadas. Una misoginia declarada, la suya, que muchos compañeros de manada, ciénaga, lodazal –vaya usted a saber- han maquillado arguyendo que la mujer fellinesca representa una crítica a la Italia del momento, una sociedad de niños de pecho necesitados de una matrona que los alimente. Y a mi juicio, Federico Fellini, el grande, el genio de la Strada, el de La Dolce Vita y también el de 8 ½, lo que realidad deseó fue tener a una mujer por piezas. Por buscar un símil en su filmografía, él es el niño Titta –hasta el nombre tiene guasa- de Amarcord, atrapado/seducido por la estanquera… Un crío indefenso atacado por una teta gigante.
Esta semana tuve la oportunidad de conocer algunas de estas imágenes oníricas en la exposición ‘Fellini. El Circo de las Ilusiones’, y salí de allí con el convencimiento casi absoluto de que el arte es la sublimación de las pulsiones más oscuras del ser. También entendí porqué sólo los neuróticos me parecen interesantes –debe ser que nos olemos-.
Mujeres rotundas, de caderas anchas y sexos que se dilatan como bocas de metro. A mí lo que más me fascinó fue que los pechos de aquellas mujeres eran increíblemente grandes en relación a su cabeza… Entonces, a la fascinación, se le sumó el deseo (también fascinante, por qué no) de practicarle al gran “Federico” una fimosis de serie B con tenazas enrobinadas. Una misoginia declarada, la suya, que muchos compañeros de manada, ciénaga, lodazal –vaya usted a saber- han maquillado arguyendo que la mujer fellinesca representa una crítica a la Italia del momento, una sociedad de niños de pecho necesitados de una matrona que los alimente. Y a mi juicio, Federico Fellini, el grande, el genio de la Strada, el de La Dolce Vita y también el de 8 ½, lo que realidad deseó fue tener a una mujer por piezas. Por buscar un símil en su filmografía, él es el niño Titta –hasta el nombre tiene guasa- de Amarcord, atrapado/seducido por la estanquera… Un crío indefenso atacado por una teta gigante.