Cada vez estoy más convencida de que entre las 15 y las 16.30 horas sólo hay locos en el metro, los cuerdos trabajan o duermen la siesta. Por alguna extraña razón siempre acabo al punto de las 15.30 sentada en un vagón de metro con un libro abierto y un extraño ser acechando. El de esta semana era un tal Pere; debía rondar los cincuenta años, empujaba un carrito de la compra y tenía las uñas como si se hubiese pintado el envés con un rotulador negro. Lo sé porque me pidió que le estrechara la mano, uno, dos veces, tres; tantas veces como repetía su nombre, tantas veces como me preguntó cúal era el mío. Luego me pidió que le diera un beso. Obviamente, NO. Hasta ahí, lo normal: el típico chalado con carrito. Le di conversación unos segundos y volví a mi lectura. De repente, el 'dejavú' siniestro se materializó.
- Oye, Bea, ¿qué estás leyendo? - preguntó el susodicho Pere.
Me empezó a invadir una ira obscena y me dieron ganas de abofetearle y gritarle "¡qué cojones os importa lo que lea!". Respiré profundamente y me imaginé como una hoja mecida por el viento - derecha, izquierda, armonioso bamboleo ....-, esbocé mi mejor sonrisa y le contesté:
- Es un libro de Darryl Bennett. ¿Lo conoces, Pere?
Sería bueno determinar de que lado de su retina caen esos extraños visitantes, doña Beatriz. Un saludo.
ResponderEliminarE. H.