Con una mano se apoyaba en la muleta, mientras que con la otra sostenía un canuto del tamaño de un pulgar. Era guapo, gitano, joven y estaba ‘fumao’; llevaba en el cuello una cadena de oro y los ojos los tenía abotagados y enormes, como si se le fueran a disparar. Yo estaba en el metro leyendo y se sentó junto a mí, murmuraba algo extraño. Fui a coger el bolso, pero no lo toqué; no quería parecer prejuiciosa. De rato en raro lanzaba miraditas paranoides a mi mochila floreada y por el rabillo del ojo controlaba al gitano.
El gitano volvió a la carga:
- Ah, es la historia de un pintor – afirmó, como esperando confirmación.
Qué demonios quiere este tipo… que le lea la sinopsis. ¿Intentaba ligar conmigo? Nos quedamos callados unos segundos, yo volví a mi lectura y él a su porro. Al cabo de un rato, tuvo otro amago de conversación:
- ¿Has leído algo de Darryll Benett? - me preguntó.
Yo negué con la cabeza. Bien, lo había conseguido. Ahora ya estaba interesada.
- ¿Darryll Bennett? – repetí
- Sí, Darryll Bennett. Tiene un libro – dio una chupada larga al canuto-, se llama “Disfruta de la vida y no te amargues. Es muy bueno…
A mí me dio risa el título. Le prometí que lo leería y bajé la cabeza hacia mi libro dando por zanjada la conversación.
- Es de auto ayuda, ¿sabes? Va muy bien – continuó.
Más tarde me dio por pensar por qué ese tipo me recomendaría un libro como “Disfruta la vida y no te amargues”, qué impresión patética tuve que causarle.
- Cuenta que un día vio a un hombre sin piernas. Dice: “Vi a un hombre sin piernas y yo me quejaba porque no tenía zapatos” –. El gitano levantó las cejas, magnánimo. Desvié la mirada a su muleta. Se dio cuenta, calló.
- Es la vida –contesté –. Somos unos egoístas, siempre preocupados por nuestro pequeño mundo (Exactamente, no sé lo que dije, pero debía ser alguna tontería semejante).
- No tenía zapatos y vio a un tío sin piernas – volvió a decir con una sonrisa encantadora en los labios y la chusta del canuto entre los dedos.
Así nos quedamos, mirando el reflejo del otro un buen rato. El metro llegó a la parada de San Roc, él se levantó con dificultad, se desequilibró un poco y se agarró a la silla. Luego me contempló un momento, tal vez esperando que me despidiera. No lo hice, sólo le miré los pies, no sé porqué lo hice, le miré de soslayo los pies y volví al libro. Las puertas se abrieron y bajó. Cuando el metro volvió a moverse, me giré y lo seguí con la mirada hasta que desapareció.
muy bueno!
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