“¿Qué serías capaz de hacer por amor?”, pregunté ebria de respuestas - de hecho, literalmente ebria-. “¿Qué no sería capaz de hacer por amor?”, contestó Lucy, hija como era de aquel sentido poético de la existencia, una Madame Bovary del siglo XXI. Como fuera que se inició aquel espinoso tema del amor, espinoso ya en sí y venenoso cuando se trata entre borrachos, ella, a su vez, continuó: “¿Te casarías conmigo? Será una ceremonia bonita en un pueblito de costa y luego recorreremos el mundo en una auto caravana”. "Muy bien", dije yo sintiéndome la reina de la fiesta de fin de curso, "pero no vayas a creerte que voy a ir de blanco. Engorda".
Frank contemplaba la escena expectante. La primera boda lésbica de dos mujeres heterosexuales, pura pose, puro juego. “Yo seré el padrino. Sólo espero que vuestras damas de honor no quieran casarse entre ellas”. Lucy no le echó cuenta y siguió hablando de lo bonito que iba a ser recorrer el mundo en auto caravana. “¿Y no te gustaría más que viviéramos en un castillo en la Toscana?”, argüí. “Un palacete medieval para poder escribir la Novela Total”. Me miró con una fingida indignación, hizo un puchero bastante cómico –dos según lo veía yo en mi estado-. “Qué poco romántica eres. Yo sí que me iría con el amor de mi vida en una auto caravana, si me lo pidiera”. “Está bien, Lucy”, señalé con acritud creciente, “pero da la casualidad que no somos el amor de la vida de la otra. Además, no soportaría tener que estar pegada a alguien todo el tiempo; entre el estómago vacío y el aburrimiento hasta un poema de Cernuda acaba convirtiéndose en un chiste de Lepe”. “Pues yo haría burradas por amor", bromeó a destiempo Frank. Y entonces me asusté, si incluso Frank, soltero impertérrito, amante del 'made yourself', tenía aquella visión entregada de las relaciones, ¿qué diablos era yo? Apenas un bloque de cemento o de hielo, o peor aún, una bola de esparto, o el chasis de la jodida auto caravana. Fue la bilis, la sentí ascender por mi garganta como la corriente invertida de un río: “¡Qué os jodan! “¡Qué os jodan! ¡Falsos, poetuchos! ¡Al cuernooooooooo!”, les grité sin poder contenerme. Seguí soltando sandeces calle abajo, dejándolos allí plantados, mirándose con cara de no entender, sufriendo por si me arrestaba la poli creyéndome en algún estadio violento del síndrome de Touré”.
Últimamente he pensado mucho acerca de aquel rapto de locura homicida y la única explicación que se me ocurre es un exceso de romanticismo. Eso, y que debo tener el hígado irritado, y el chacra corona negro como el betún, y que somos esclavos de nuestras palabras, y qué pasará si los caminos se bifurcan y yo acabo en Goa y tú en Siberia... Y que mejor quédate tú la caravana, que siempre he preferido viajar a dedo.
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